Las mamás nos sentimos frecuentemente indocumentadas en el territorio infantil,
nuestros pequeños superan la comprensión y nos someten a cuestionamientos claves
respecto de cómo conducir sin frenar en seco o entrar contra sentido; las normas en esa área están medianamente definidas por la experiencia de hijas que cada una tuvo, luego claro está de haber procesado y establecido si fuimos encaminadas apropiadamente en el desarrollo de capacidades, atendiendo sensibilidad, afectividad y creatividad en un clima hogareño de contención y amor, mucho amor.
Los hijos de antes y hoy traen sus sorpresas, los de ahora hasta parece han venido un tanto exuberantes, provistos de puertos de entrada y salida para una nueva tecnología de administración que exige repasar y aplicarse en la práctica de la también naciente maternidad.
Avanzando sobre esta “era” caracterizada por la información con énfasis mediático, muchas de nosotras hemos sido advertidas acerca de que estos pequeños podrían tener atributos especiales, atributos respecto de la misión de sus almas arribando para este turbulento devenir, con valiosas revelaciones del qué y cómo mejorar un contrato vencido sobre nuestra coexistencia barriendo por cierto, muchas de las arruinadas estrategias de control y dominio que acostumbramos a reproducir sin reparo.
Durante un tiempo nos vimos en la frívola discusión si nuestro niño calzaba con los rasgos de índigo, cristal o algún otra representación fenomenológica que nutriera la vanidad y de algún modo señalara positivamente la honra familiar aún cuando desde la escuela se nos notifique respecto de una conducta inapropiada para la sala de clases; con presunciones de hiperactividad, déficit atencional, fobia social, intolerancia a la frustración, u otra rotulación que nos instala en alerta y obliga a someter a la criatura a necesario análisis psicológico y consecuente tratamiento que regule adecuadamente su comportamiento en el ámbito socio-escolar.
Mientras esto, los chicos sólo expresan y expresando nos impacientan, entristecen, inquietan y desesperan hasta así asumir nos queda aún conocer tanto del entramado sutil y emocional asignando tareas y desafíos para cada día de crianza. La ruta médica está siempre disponible, suele ser la más conocida y validada por la comunidad, el certificado emitido junto a la prescripción de fármacos renueva el pase al establecimiento facilitando una cierta y deseada normalidad.
Ser madre supone esta ligazón sensible, absoluta y efectiva con los hijos, de modo que nos reconocemos en el rol de guardadoras de su dignidad tan adherida a la propia, desde esa mirada sentir duda, reserva y ser fieles al ideal del bien integral es imprescindible. Entonces la búsqueda de una mejor operatividad en la conducción formará parte del trayecto y en la marcha de aciertos/desaciertos maduraremos, creceremos afinando los sentidos para acompañar, mejorando la escucha y atención, reconfigurando también el propio vehículo a través del que nuestros hijos van yendo y llevando su singularidad hasta el propósito.
Ellos son la guía que señala cuan competentes estamos siendo para tutelar con armonía lo original/esencial del nuevo modo ser y estar aquí.
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