jueves, 17 de enero de 2013

Abre y cierre

Quién vive abrazó sin querer muchas veces al dolor, conoce la influencia secreta de un agudo corporal o emocional para el que no quisiera prestar atención, ni oídos, ni nada. Momentos de experiencia ácida y violenta cambian nuestra atmósfera perceptiva vital, la aflicción rompe abruptamente el cableado por el que conducimos lo conocido del acontecer para dejarnos caer al vacío del miedo e incertidumbre, a ser abordados por una secuencia de imágenes y ritmos devoradores de la blanda y sedosa estabilidad. Los humanos portamos una buena capacidad de dispositivos para ser transformados en una mejor versión de esto que somos; sin presumir, educados en la destreza mental y la razón del pulsar del silencio, amansados en el campo del sosiego intelectual y su influencia benéfica irradiando la totalidad de manifestaciones orgánicas y sutiles emitidas en estos margenes físicos de la realidad. El entrenamiento de observación del fluir de pensamientos entrando y saliendo por el acceso principal al salón de representaciones hace que podamos gradualmente asumir el significado del rol de administradores del espacio mental propio, permitiéndonos regular, adecuar y ensayar la realidad con un telón de fondo limpio, amplio y sustentable en el tiempo, es sobre ese fondo que proyectamos mucho de lo que somos y seguro nuestra misma muerte se deslice con mayor soltura y delicadeza en un piso que conocemos a cabalidad y en toda o casi toda, su misteriosa dimensión.

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